Un Mundo sin Machismo. 6 Cosas que Cambiarían

American Gothic - Grant Wood 1930.
American Gothic – Grant Wood 1930.

Una sociedad que desde sus orígenes se hubiera regido por la equidad de género,  sería bastante diferente a la que conocemos ahora. La ley sálica no le habría impedido a Isabel de Francia hacerse del trono del Rey de Hierro, Enrique VIII de Inglaterra no se habría obsesionado con tener un hijo varón y dos de sus seis esposas habrían salvado la cabeza que perdieron por cargos de adulterio, las miles de mujeres condenadas a la hoguera por poseer conocimientos de herbolaria, anatomía y sexualidad (tan amenazantes para el orden patriarcal de la época) no habrían sido consideradas brujas, sino científicas y maestras. Quizás habríamos avanzado más rápido como raza humana y la historia sería tremendamente distinta. Pero aquí van seis cosas que serían muy diferentes y que impactarían directamente nuestras vidas, si nuestra sociedad gozara  de absoluta equidad de género. Cabe aclarar que este es un ejercicio meramente imaginativo, al que una servidora se dio permiso un día, fantaseando con un mejor mundo.

  1. No existiría la homofobia (como la conocemos).

La homofobia, en sus orígenes antiguos, tiene relación directa con la misoginia, y nace de la percepción de la mujer como un ser incompleto e inferior. En una sociedad que consideraba al varón como al ser perfecto y privilegiado, la idea de que éste se rebajara al nivel de la mujer (en lo sexual o en lo social) resultaba aberrante. En la antigua Grecia la homosexualidad era relativamente aceptada, siempre y cuando el hombre de mayor poder, edad y estatus social, jugara el papel masculino del penetrador, enla relación sexual.   En un mundo en el que la mujer y el hombre fueran valorados de igual manera, por su condición humana, antes que por su sexo, la homosexualidad sería abordada de forma distinta, quizás con más naturalidad. Por otra parte, todas aquellas ofensas, como marica, niñita, joto,  cuyo poder ofensivo radica en  el poner en  duda la tan susceptible y “sagrada” virilidad, no serían válidas, puesto que lo femenino dejaría de ser sinónimo de inferioridad, debilidad y vergüenza, mientras que lo masculino ya no se relacionaría especialmente con el poder y lo superior.

  1. Los hombres serían más libres

En el post anterior de esta sección, De Feminismo y Otras Fobias hablaba de los condicionamientos y exigencias que la cultura patriarcal pone sobre los hombres. En un mundo con absoluta equidad de género, podríamos encontrarnos quizás con más pintores, bailarines y amos de casa de tiempo completo. La responsabilidad económica de las familias sería abordada de manera más abierta, negociada y consensuada, como un asunto del que ambas partes son responsables. No habría mujeres indignadas porque su compañero no les pagó la cuenta del restaurante o del cine y el hombre no tendría la necesidad de impresionar a nadie con su poder adquisitivo para reafirmar su virilidad.

  1. Adiós a la caballerosidad.
La Belle Dame Sans Merci - Frank Dicksee
La Belle Dame Sans Merci – Frank Dicksee

La caballerosidad de hoy en día, tiene origen en el amor cortés, la galantería de varios siglos atrás y en una percepción preciosista de la mujer, en la que ésta, como ser divino pero a su vez débil, incapaz, y de alguna manera inferior, necesita ser protegida  y conducida por el caballero. En una sociedad equitativa, hombre y mujer serían considerados como seres igualmente valiosos y se veneraría a ambos o a ninguno. Si bien, por naturaleza el hombre posee más fuerza física que la mujer, en verdaderos casos de peligro, éste protegería de igual forma a seres vulnerables como niños y ancianos, no sólo a mujeres. De más está decir que el protocolo versallesco quedaría fuera del concepto “verdaderos casos de peligro”. Quizás las atenciones de pareja serían más espontáneas, naturales y recíprocas; y habría menos mujeres plantadas en su posición de diosas inalcanzables a las que el mundo no las merece. (Para saber más de estos patológicos casos y reírse un rato,  leer “Las Preciosas Ridículas”, de Moliere, hay cosas que no cambian mucho a lo largo de los siglos).

Y aquí es importante hacer una aclaración: Las atenciones especiales hacia nuestro significant other,  amor de la vida, del momento o de la noche, son cuestión personal. De ninguna manera creo que el que un hombre me deje pasar primero, o abra la puerta por mí sea un ataque a mi autonomía, aunque el origen del acto sea antiguo y derivado de un contexto patriarcal; siempre podremos corresponder la amabilidad recibida pagando la cuenta o apagando el celular para prestar verdadera atención.

  1. Los terapeutas sexuales tendrían mucho menos trabajo.

Durante los dos años que trabajé en Fundación PAS, organización dedicada a la prevención y atención del Abuso Sexual Infantil, pude darme cuenta de la forma en la que los juegos de poder y género impactan en la sexualidad de las personas, volviéndolas incluso más vulnerables a la agresión sexual.  Por un lado, el origen antropológico del abuso sexual es la percepción falocéntrica de la mujer y el niño como objetos al servicio del placer masculino, y en un país en el que una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños será abusado antes de cumplir 18, lo que equivale al  20% de nuestra población, estaríamos hablando de 22 millones de mexicanos sufriendo las consecuencias, según la investigación del doctor en ciencias, Osmar Matsui Santana. (U. de G. 2008).

Por otra parte es necesario puntualizar que la cultura y las creencias religiosas juegan un papel preponderante en la forma en la que los seres humanos vivimos nuestra sexualidad. En el caso de la cultura judeocristiana, la percepción negativa del cuerpo como objeto del pecado; la negación y negativización de la sexualidad; la exaltación de la abstinencia y la castidad como sinónimos de la virtud; la sobrevaloración de la virginidad, la polarización de la figura femenina en la dicotomía Eva (pecado, tentación) y María (pureza, abnegación), forman parte de un legado patriarcal milenario, que impacta fuertemente hasta nuestros días y, para muestra, el siguiente ejemplo que considero, engloba varios de los elementos culturales antes descritos:

Carlota Tello, terapeuta sexual y gran amiga, me contaba hace algunos meses un caso emblemático en su carrera.  Niña de 14 años, que presenta una profunda depresión, comportamientos sexuales de riesgo (múltiples parejas, relaciones sin protección) y conductas autolesivas, llega al consultorio por iniciativa de un familiar. Cuando la doctora le pregunta por qué se hace tanto daño y arriesga tanto su salud, la respuesta de la niña es la siguiente: “¿Qué tengo que perder? Mi tío me violó cuando tenía diez años. No soy virgen. Ya no valgo.”

En una sociedad utópica, regida desde sus orígenes por la equidad de género, hombres y mujeres podrían vivir su sexualidad de manera libre y respetuosa, se respetaría la integridad del niño y la mujer como seres humanos igual de valiosos que el hombre, la virginidad sería una cuestión de libre decisión y no un motivo de discriminación y, en este contexto, los casos de agresión sexual, que son una de las principales causas de visita al terapeuta, serían casi inexistentes, con lo cual, el terapeuta sexual tendría mucho menos trabajo.

  1. Las mujeres dejaríamos de competir (tanto).
The Arnolfini Portrait - jan Van Eyck 1434
The Arnolfini Portrait – Jan Van Eyck 1434

El matrimonio. Esa sagrada institución fortuna de muchos e infierno de otros. Hace varios siglos los hombres se casaban por una simple motivación: dar continuidad a su estirpe, procrear descendencia y trascender en el mundo. Básicamente buscaban un vientre fértil para asegurar la supervivencia de la especie humana. Para esto, ellos ofrecían al vientre en cuestión algo de seguridad, sustento, cobijo y protección en tiempos en los que las guerras, el hambre y la violencia eran cosa de todos los días, tiempos no tan diferentes a los que hoy por hoy se viven en países en desarrollo, o del tercer mundo, como dirían los mayores. Y la cosa es sencilla. Para la mujer, el hombre representaba, no sólo la continuidad de la especie, la trascendencia del linaje y esas tonterías románticas a las que los ricos se podían dar el lujo, el hombre representaba su propia supervivencia en un mundo hostil, insisto, no tan diferente al de ahora, pero con una variante importante: el escaso acceso a la educación y al trabajo bien remunerado. Una mujer soltera era una tragedia porque probablemente iba a acabar muriendo en la miseria. Y bueno, como mujer de la antigüedad, era necesario contar con ciertos elementos que te volvieran elegible a los ojos de un buen partido, como la belleza, la buena salud y la virtud, (el último, un término bastante ambiguo y dependiente del contexto específico). El hombre por su parte, entre más rico y poderoso, mayor seguridad tendría de ser aceptado por la doncella a la que declarara su amor.  Y aquí es donde las cosas se ponen feas. Según la historia, el poder y la riqueza son bienes considerablemente más escasos que la fertilidad, la belleza y la virtud, lo que resulta en una sobre oferta de damas bonitas y rezadoras, ante una escasez de caballeros solventes. Empiezan los juegos del hambre. Mientras no era cosa común que el hombre se batiera a duelo por la mano de su amada, puesto que caras bonitas y úteros fértiles había muchos como para andar arriesgando el pellejo, las féminas, si bien menos violentas pero más creativas, desarrollaban sus propias estrategias de guerra. Y en la lucha por la supervivencia, traicionar a tu mejor amiga es poca cosa. La parte triste: si observamos con atención,  tendremos que aceptar que mucho de ese legado paternalista prevalece en nuestros días en la manera en la que juzgamos a nuestras congéneres, la forma en la que condenamos sus decisiones sexuales, el famoso “slut shame”, la indignación natural que brota cuando ves a un hombre guapo en compañía de una mujer a la que consideras menos agraciada que tú.  No, querida, si te dieras cuenta que el único castillo que tienes que perseguir es el de tus propios sueños, los logros de tus compañeras no te harían sentir inferior.

En una sociedad en la que, desde la antigüedad las mujeres hubieran podido heredar bienes y hubiesen tenido el mismo acceso a la educación y al trabajo que los hombres, quizás habríamos sido capaces de vernos más como amigas, que como contrincantes.

  1. Las cuotas de género serían innecesarias.

Las cuotas de género, establecidas recientemente en ambientes laborales y políticos, por parte de distintas empresas e instituciones gubernamentales,  nacen de la necesidad de generar un equilibrio entre ambos sexos, en ámbitos que durante siglos fueron terreno exclusivo de hombres. Tienen también como objetivo, el promover el involucramiento de la población femenina en esas áreas, bajo el argumento de que, si no existe la misma cantidad de mujeres profesionales laborando en esos ámbitos, es porque hasta ahora, la falta de oportunidades lo había impedido.

En un mundo en el que el acceso a la educación y al trabajo hubiera sido equitativo para hombres y mujeres, de manera natural conforme la creación de gremios e industrias, se hubiera dado el equilibrio de género, sin necesidad de crear leyes para provocarlo.

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