De Cómo Escribir Canciones

Fotografía: Jorge Vargas
Sin Luna. Fotografía: Jorge Vargas

La música es magia. Conecta almas en un festín de notas y ritmos en el que no importan idiomas, ideologías, creencias o nacionalidades. La música es un lenguaje tan universal  como la sonrisa, el abrazo y la solidaridad.

Me enamoré de la música desde antes de nacer. Y así lo creo porque no concibo mi vida sin ella, que ha sido mi eterna compañera. Desde la voz de mi madre con sus canciones de cuna, mis versos de niña, las manos de mi hermana menor en las teclas del piano recreando un tango de Gardel, el violín de mi casi gemela, el mismo con el que mi abuelo animaba las tardes con sones de la sierra de Sonora, hasta la playlist que en este momento escucho con una fusión de colores andaluces y los arreglos de pop que le han dado al cantautor fama mundial. Soy una enamorada irremediable de Alejandro Sanz, sus frases de métrica rebelde y melodía armónica.

Escribí mi primera canción cuando tenía como siete años. Después de regalar poesías a mis maestras de cada grado, mis papás y el séquito de personas que, hasta aquel momento formaban parte importante de mi pequeño universo, decidí que sería buena idea ponerle música a los versos. Y bueno, me resultó relativamente sencillo inventarme una melodía de la que, hasta la fecha me pregunto si no sería un plagio inconsciente, puesto que cuando a uno se le ocurre una melodía así nomás, de la nada, la duda de que aquella creación de nuestra mente sea en realidad la reproducción de una secuencia de sonidos preexistentes, es un verdadero tormento. Afortunadamente en estos tiempos existen apps muy útiles para asegurarnos de la autenticidad de nuestras propias invenciones, pero en aquel momento, vaya que me atormentó.  Porque aquella canción, según mi percepción de menos de una década de vida, tenía el potencial para convertirse en un verdadero éxito radiofónico. Pero como me daba un tremendo miedo aceptar que me gustaba cantar, la canción quedó en los confines de mi cabeza y nunca se la canté a nadie.

Casi diez años después, cuando decidí que la vida era muy corta para tenerle miedo a lo que más me gustaba  hacer, me decidí a entrar al concurso de composición de la prepa. Invité a algunos amigos músicos a acompañar la letra con melodía que se me había ocurrido una tarde y entonces, viví una de las experiencias más intensas y mágicas que he tenido en mi vida: escuchar uno de mis delirios convertido en canción. Porque como hace un momento les decía, yo nomás me quedo un ratito callada, esperando que una melodía llegue a mi cabeza; y en cuanto llega, comienzo a acomodar la letra, que quizás tenía en boceto o quizás un segundo después de la melodía, llega a mí, derivada de una idea general a la que ya venía dando vueltas. El asunto es que yo para escribir canciones no uso instrumento alguno, no porque sea una chingonería, sino porque el dinero que mis papás invirtieron en mis clases de piano y órgano de iglesia, se fue directito a la basura porque a la niña no le interesaba otra cosa que cantar. Aunque no se atreviera a hacerlo. En el piano no me sale ni Martinillo, quizás porque no tengo la paciencia, o porque de plano no tengo talento para los instrumentos musicales, qué se yo. A mí lo que me gusta es cantar. Cantar y escribir. Podría pasarme la vida en ello.

El asunto es que aquella tarde de ensayo fue una de las cosas más bonitas que he vivido. Mi casi canción, letra y melodía, de la que yo apenas era capaz de imaginar algo de música,  de pronto tomaba vida frente a mí por medio de las manos de aquellos amigos que con maestría adolescente y desbordada tocaban guitarra, piano, bajo y batería. Mi canción se convertía en realidad, dejaba de ser mía para pertenecer a todos aquellos que ponían un poco de su alma y talento para converitrla en música. Ni Pinochio sintió tanta alegría cuando el Hada Azul lo convirtió en un niño de verdad.

Concluido el ensayo, llegué extasiada a casa. Les dije a mis papás que el siguiente jueves de aquel septiembre del 2006 tendría un concurso de composición y los esperaba a las siete en punto en la explanada del campus. Soltaron una carcajada cuando supieron que la vocalista sería su hija, la que berreaba y aullaba canciones de Celine Dion para molestar a sus hermanas. Yo les respondí que si tanta pena les daba, podían llevarse bolsas de cartón para cubrir sus cabezas. Y me acordé de algo que dijo mi  prima Lourdes algunos años antes, ante uno de mis arranques desesperados por expresar de manera retadora mi sueño más disparatado: “Esta chamaca cumple lo que sea que propone. Si dice que un día va a cantar, les puedo firmar que va a  hacerlo”. Así agarré un poquito de fuerzas.  Le prohibí a mi novio de aquellos tiempos que se apareciera a menos de mil metros a la redonda, porque no quería que me pusiera más nerviosa de lo que ya estaba. Orden de la que hizo caso omiso, pues además llegó con un letrero fosforescente para demostrar su apoyo. ¡Qué bonita juventud!

Y bueno, no gané el concurso, pero el feedback de los jueces fue bastante bueno para un primer intento. Si veo el video a mis 25 obviamente me muero de pena, pero también de orgullo, porque fue la tarde en la que enfrenté a uno de mis miedos más grandes para  empezar a hacer realidad mi sueño. Y aquel día supe que tenía mucho por aprender y que podía hacerlo.

Casi diez años después,  tras un montón de canciones escritas, tiradas a la basura o perdidas en mi memoria, y otras tantas convertidas en música por medio del talento de diferentes personas, tengo que decir que cada tarde de ensayo, en la que llego con una nueva misión para Martín, Alan, Edgar y Adán, mis adorados músicos, que con  mente abierta y un montón de paciencia comienzan a ponerle acordes y tonos a aquello que nació en mi cabeza, para transformarlo en verdadera música, viva, corpórea, real; vuelvo a sentir el escalofrío de emoción desbordada que sentí a los 16. La absoluta certeza de que estoy viva.

Sin Luna. Fotografía: Jorge Vargas
Sin Luna. Fotografía: Jorge Vargas

Aquí mismo les comparto algunos frutos de la terquedad, la dedicación y el trabajo de cinco almas que buscan compartir su arte y regalarle al mundo un ratito de inspiración.

Escucha nuestras canciones en Spotify dando click en el link anterior. Y  puedes ver nuestros videos en el canal de Sin Luna en Youtube. 

Gracias por leer y compartir. 

2 Comments

  • Gloria Beltrán

    Hola Dámaris querida, con mucho gusto te leeré y escucharé siempre. Con la maravillosa sensación de que te acarician el alma.
    Pero… tengo que recordarte un pequeño compromiso que tenemos ¿cuando me grabas la canción que te pedí?. Brindis creo que se llama, escucharla en tu voz será un placer

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